Un amigo se burló de mí hace unos días cuando estábamos planeando una escapada de fin de semana. A los pocos segundos de decidir la ciudad, empecé ‘la lista’. «Intenta incluir algún sitio ‘divertido’ entre las 11 a.m. y las 11 p.m.», me escribieron.
«La lista» es donde -lo has adivinado- apunto las cosas clave para ver, visitar, comer en cualquier destino al que me dirija. Ha empezado a tomar la forma de un documento de Google para compartir con quienquiera que me vaya, y sí, acaba teniendo síntomas parecidos a un programa. Las horas en que previsiblemente saldremos del hotel, cunado reservar la cena, cuánto tiempo tardaríamos andando de un monumento a otro o incluso localizar una estupenda heladería en el trayecto para hacer una parada el viernes a las 3:17h.
Antes de inscribirme en un curso de espontaneidad, debo confesar que rara vez sigo esta ‘lista’ al pie de la letra. Acabaré paseando por ahí, reconoceré un letrero de una calle que vi en mis búsquedas y recordaré que hay una interesante casa de té o museo cerca. En realidad, esta lista de dónde comer, alojarse o ir es simplemente el lugar en que recojo las partes de un puzzle que voy montando a medida que avanzo. Mis propias recomendaciones personalizadas que recopilo al tiempo que me emociono pensando en el viaje. Todo inspirado en el álbum de Facebook que hojeé, el artículo de Lonely Planet que leí, o las fotos que recreé en Instagram; recomendaciones de TripAdvisor, blogs de comida local, la reseña de hotel que me llamó la atención por la interesante historia del edificio. Mientras estaba esperando el metro para ir al trabajo, me imaginaba qué estaría haciendo dentro de unos cuantos días y, a través de mi teléfono, he ido investigando, construyendo la experiencia que querría vivir. Se podría decir que es una afición específica de los millennials. En realidad es la misma fantasía que todos hemos tenido en un momento u otro. Sin embargo, ahora con el auge de las redes sociales y la mejora de la fotografía digital, podemos profundizar en ese sentimiento de «Wish You Were Here», y es algo que los profesionales del marketing de viajes están empezando a explotar en serio.
“Yo soy el héroe de este cuento”
Los viajeros, hoy más que nunca, pueden implicarse en las historias y experiencias del lugar de sus posibles vacaciones antes de haber reservado nada. Aunque el turismo se ha considerado a menudo una industria estable e invariable -la gente siempre va a querer unas vacaciones- las plataformas digitales de hoy ofrecen una oportunidad para que las organizaciones y organismos nacionales activen sus músculos creativos. La gente todavía quiere unas vacaciones. Pero ahora también pueden imaginar y personalizar la experiencia que podrían tener, y disfrutar ante la posibilidad de verse como el protagonista de esa historia o experiencia.
Mejor aún, los organismos de viajes y turismo pueden ofrecer experiencias que conectan con audiencias con las que pueden haber perdido contacto. Los museos o galerías que alguna vez pudieron ser vistas como aburridas por las generaciones más jóvenes, podrían presentar una historia o un camino a seguir que enciende al explorador que tienen a dentro. ¿Podría una ciudad famosa por sus platos de cordero ofrecer una ruta en la que el viajero vegetariano todavía pueda también ir dándole un 10/10 a la gastronomía? El potencial de conectarse con su audiencia puede ser ilimitado; siempre y cuando recuerdes ponerlos en el corazón del destino.